El samaritanismo cristiano es una virtud cívica necesaria pero insuficiente. En tres sencillos pasos vamos a deconstruir la parábola del “buen samaritano” (BS): identificar las trampas, refutarlas y desembarazarnos de ellas. Pasos que en esencia se fundamentan en sendas malinterpretaciones de los consabidos votos de castidad, pobreza y obediencia.
Primer paso. Para descubrir las trampas del BS habremos de referirnos a tres preguntas que interesadamente han sido marginadas. ¿Dónde está el efecto mariposa de los supuestos “buenos samaritanos”? El BS ni es punto de apoyo ni palanca para mover el mundo. Es un agujero negro que se traga toda la materia gris y la energía noble del ser humano.
¿Dónde estaba la familia del apaleado al borde del camino? Cuando un niño se cae en el parque y se acerca un desconocido, rápidamente aparece la madre a socorrer al pequeño, sí, socorrerlo de la caída, pero mucho más del extraño (en apariencia bien intencionado).
En la parábola del BS muy sutilmente se nos cuela también la legitimación del patriarcado. ¿Qué mujer andaría por ahí sola, por las cunetas de los caminos? Pese a que la mayoría de parábolas del evangelio están escritas para conminar al macho a adoptar actitudes no agresivas ni discriminatorias hacia la mujer.
Hasta ahora las lecturas de la parábola del BS han ayudado a remachar una solidaridad caritativa, reaccionaria frente a la agresión de la injusticia y los rigores de la inclemencia de un hermano malo y más fuerte. Una solidaridad a la zaga del mal, siempre por detrás de los bandidos, una solidaridad de urgencia, terremoto y catástrofe.
Una solidaridad de avanzadilla, que va por delante, no se hubiera detenido en el apaleado, habría llegado antes que los bandidos. ¿Quién se pregunta por esta clase de solidaridad? La “solidaridad defensiva” necesita a los bandidos más que a los sacerdotes y levitas que pasan de largo.
Lo dicho hasta ahora es fruto de una castidad mal entendida. Una castidad relegada a lo genital. ¿Quién se ha preguntado por la impudicia y erotismo del poder? El poder y rozarse con quienes lo detentan es una experiencia espiritual hipersexual, orgásmicamente permanente. En consecuencia, la castidad bien entendida supone, mal que le pese a la casta clerical, una renuncia al poder. Una renuncia a constituirse como clase social diferenciada y superior. Por tanto, la jerarquía, desde el papado al cura obrero, es una aberración sinalefa.
Reinterpretemos ahora la parábola que tanto daño nos ha hecho con sus lecturas victimizantes, estigmatizantes.
Segundo paso. Refutar las trampas del BS consiste en preguntarse por el papel de víctimas y bandidos, consiste en negarse a ser estigmatizado como víctima. Un niño no es víctima de la edad. Es vulnerable. Desatenderlo pone en peligro su vida. La pregunta clave es ¿qué nos vuelve vulnerables y cómo nos hacemos madres de quien la sufre? ¿Qué vulnerabilidades nos embarazan cada día en lo que hacemos y decimos?
Los ricos sin ética solidaria culpabilizan a quienes ellos mismos oprimen y empobrecen. Los ricos samaritanistas que juegan a ser cristianos afirman que “en el pecado va la penitencia”, es decir, que en su riqueza va también su cruz. Unos y otros se complementan. Y atribuyen el mérito de su buena vida al buen dios. Pero si ven amenazado su territorio no dudarán en abrir sus zarpas contra el intruso.
El mundo no necesita ya más BS, quizá necesita más “domadores de leones”. Victimizar convierte en trozo de carne a quien termina siendo la comida del león. Victimizar exonera de protagonismo y responsabilidad a la persona así estigmatizada.
La pobreza mal entendida se encuentra en la base de quienes caen en las trampas del BS. El rol de enfermera, cuidadora es el que asoma su nariz cuando se habla de pobreza. La pobreza de espíritu, dicen otros. Basta ver cómo han pervertido el sentido original de la pobreza los autodenominados “franciscanos” de hoy.
Tercer paso. Desembarazarse de las trampas del BS significa desobedecer esas lecturas que suponen cargas no llevaderas y yugos pesados. La maternidad es una mejor clave interpretativa, simbólica y políticamente. ¿Quién mejor que una madre para domar a una fiera? ¿Qué experiencias de relación con otros engendran proyectos que exigen nuestro cuidado maternal diario?
Las relaciones sociales viciadas (como las religiones, en general) son estériles y no alumbran proyectos ni propuestas de construcción a favor de los más vulnerables. Sólo ayudan a conciliar nuestro sueño individual de BS y colateralmente caen las migajas.
Las palabras “pobres” y “víctimas” son herramientas que bajo capa de bien hacen el mal. Y la llamada a empobrecerse, inculturarse, y andar el camino de los pobres tampoco atiende al instinto materno de protección universal de la dignidad humana. A lo sumo crea una legión de misioneros que “regresan al pasado” para rescatar el futuro de la civilización que les envió allí.
La verdadera utopía cristiana se diluye en el mar de los movimientos sociales de resistencia global. La falsa sólo es chapapote en las costas de las utopías de los DD.HH y de la ecología. La utopía cristiana del crucifijo y los estigmas es un virus sobre la conciencia humana, en permanente proceso de victimización.
Marx fue benevolente con las religiones al calificarlas de “opio”. El opio es terapéutico, produce una catársis placentera. En cambio, el virus genera enfermedad y destruye a la persona.
Precisamente la utopía cristiana de la resurrección no la escribirán los cristianos burgueses de misa y limosna. Ni la han escrito ni la escriben ni la escribirán. Ya lo hicieron otros antes, abrazando la utopía libertaria, la utopía de la indignación propositiva. Comenzando por combatir los privilegios de clase y las cadenas de mando. Así, por ejemplo, si el trabajo dignifica, el primer paso sería expropiarlo del mercado.
En consecuencia, lo que se desprende de lo anterior es un equívoco voto de obediencia. Una obediencia mal entendida que invita a la minoría de edad, a la minusvalía intelectual, a la prisión de la misericordia, a la clausura de la maternidad, a la amputación de la alegría, a la represión de la esperanza, a la esclavitud de la bondad…
2 comentarios:
Es cierto que las lecturas parciales de la parábola han hecho mucho mal a los hombres y mujeres, y han servido incluso para justificar la explotación y victimización, pero sobre todo la ley del más fuerte. Así, por ejemplo, Rodríguez Braun dice que el centro de esta parábola es la facultatividad de la ayuda... vamos, que ayude quien quiera... Yo para eso vuelvo al texto y a las palabras de Jesús, y más que a hacer el bien y a recoger apaleados, me quedo con la pregunta ¿quién es tu prójimo?
Quizá Jesús solo quiso educar nuestras miradas y hacer que girásemos a las cunetas de la historia, que desde entonces andan pidiendo justicia.
Gracias Jesús por tu comentario. Atinada observación.
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