CONFIDENCIAS
DE UN ATEO CONVERSO
En
realidad siempre fui ateo, visto con perspectiva. Simplemente fui marcado desde
bien pequeño por el hierro candente de la moral católica. No se puede decir, en
rigor, que aquello señalara mi identidad cristiana, más bien señalaba la
identidad del dueño de mi pensamiento.
Liberarse
de aquella esclavitud costó años, pasando incluso por el síndrome de Estocolmo.
Pero es de esas luchas que nunca aparecerán en el cine y que amontonan
cadáveres que ningún historiador jamás cuenta.
Llegar
a la plena independencia, moral e intelectual, es una batalla que no interesa
bajo el largo manto del nacionalismo independentista. Multitud de escollos y
trampas serpentean el camino. Al final, apostado sobre lo alto de la colina uno
ve con claridad lo sucedido. La Iglesia y las religiones como maquinaria
criminal, oculta tras los recodos de la debilidad humana para asaltar, robar y
violar la dignidad. Misoginia infinita.
Había
que entrar en los recovecos de la reflexión teológica, demasiado atrayentes y
estimulantes para dejarlos pasar frente a la mirada pasmada del librepensador.
Lo triste es que uno descubre que se trata de un laberinto sin salida, donde
quedar atrapado en alguna esquina, solo y aterrado, es la única solución,
soñando dioses.
La
triste verdad que nadie quiere ver es que para que unos (creyentes) sacien sus
delirios de caridad tiene que haber otros hambrientos de necesidad. Por eso son
tan mal aceptados los pobres entre los grupos de burgueses creyentes
‘afiliados’ al compromiso social.
Por
intentar descubrir la verdad de la teología y la mentira de la filantropía al
final uno se ve aislado, como caminando entre dos aguas, como un profeta sin
pueblo al que liberar. Así, unos (anticlericales convencidos) y otros
(fervientes vaticanistas) desoyen y odian al librepensador.
La
soledad y la falta de amor, la falta de un círculo íntimo en el que recuperar
energías afectivas lo llevan a uno a caer en los brazos de la tan cacareada
fraternidad cristiana. Uno descubre que es sólo eso, cacareo. Los políticos son
al postureo lo que los religiosos son al cacareo.
¡Venid
y veréis!, dicen, pero lo que no dicen es que no hay nada que ver, por eso hay
tanto fanático enceguecido. Después de ir y no ver nada, ¿cómo volver y
reconocer que has sido engañado, que estás ciego?, es demasiada dosis de
realismo que deprime al más optimista. No es raro que las mayores tasas de
depresiones y de fanáticos se encuentren entre las filas religiosas. “La
ignorancia es la felicidad” decía el traidor en Matrix.
Al final la religión tiene que agarrarse a la ciencia si quiere ver algo. Pero la luz de la verdad es utilizada en formas perversas para justificar las creencias.
Al final la religión tiene que agarrarse a la ciencia si quiere ver algo. Pero la luz de la verdad es utilizada en formas perversas para justificar las creencias.
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