Soy
ateo del dios nacionalista. A menudo la fe patriota te afea hasta quedarte
idiota. Y con demasiada frecuencia no sólo la fe afea tu cutis moral, sino que
la fe nacionalista afea tu cutis consumista. Porque en eso del sentimiento patrio hay más ‘miento’ que
‘siento’.
El
nacionalismo narra la historia de pueblos vírgenes, incontaminados por el
tiempo. La vanguardia del progreso y el cofre de tradiciones inmemoriales.
Retórica hueca singular en medio del capitalismo global, en una época en que
las naciones ya no se llaman Francia, España, Italia, Alemania o Portugal. En
una época en que las naciones ya no son el producto de la soberanía popular.
Ahora la soberanía del consumidor es la que define las nuevas fronteras
nacionales: el territorio de las corporaciones empresariales.
Tu
DNI ya no es más que una pegatina escolar, una calcomanía para jugar a policías
y ladrones, a inspectores y defraudadores. Ahora tu número de identificación
real es el Código de Cliente.
La
tierra que pisas es de la Gran Superficie donde compras la comida, donde vas al
cine y donde paseas tranquilo y seguro. La vivienda que habitas es del banco
que te prestó el dinero. Y aunque devuelvas el préstamo, el terreno del
edificio es propiedad de un fondo de inversión. El aire que respiras es del
fabricante de automóviles cuya marca de coches más conocida conduces.
Tu
equipo preferido, incluida la selección nacional, existen gracias a un
patrocinador. Las calles y los espacios públicos son el escaparate de las
empresas que se anuncian reclamando tu deuda hacia ellas. El río en el que te
bañas y pescas es de la fábrica que vierte en él sus residuos químicos. Y, en
definitiva, el dinero que crees tuyo es de la Banca privada que lo emite.
Eres
la cobaya de la industria agroalimentaria. El maniquí andante de las multinacionales
de ropa y calzado. La pieza de recambio en las empresas para las que trabajas.
El vehículo de transporte del dinero del banco. Eres pura mercancía, de usar y
tirar, un saco de huesos para alimentar la maquinaria de la deuda perpetua.
La
deuda no existe, pero vivimos como si existiera. La dignidad existe, pero
morimos como si no existiera.
El
espíritu que alienta la maquinaria neoliberal es la religión nacionalista. Las
iglesias independentistas son sus guardianes. El ejército de reserva no es más
que el éxodo de los parados, sin patria empresarial. Continuar alimentando la
maquinaria de la deuda perpetua exige más excluidos del sistema. La fe
nacionalista es la garantía para tal propósito.
Llegaron
los capitalistas con el libro de la revelación nacionalista. Nos dijeron:
"cerrad los ojos y votad para que un día seamos una nación independiente". Cuando
abrimos los ojos ellos tenían las instituciones de gobierno y nosotros el panfleto
nacionalista.
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