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domingo, 13 de septiembre de 2015

Las matemáticas de la violencia

LA ENSEÑANZA EN LA UNIVERSIDAD PÚBLICA: PROFESIÓN DE RIESGO

Desde el paradigma de ‘la sociedad del riesgo’, que popularizase en 1986 el recientemente fallecido y afamado sociólogo Ulrich Beck, podemos analizar el estado actual de riesgo de la educación universitaria y la violencia a ella asociada.

Las noticias de violencia en las aulas y en el entorno escolar son cada vez más frecuentes, yendo en todas direcciones y filtrándose en todas las etapas educativas, especialmente con la extensión de los recortes y de la adolescencia (tanto cronológica como culturalmente hablando). Alcanzando ya, incluso, a la educación pública universitaria, cada vez más precarizada, desprestigiada y mercantilizada, y en beneficio de las universidades privadas. Todo lo cual acaba convirtiendo la educación en una verdadera profesión de riesgo.

El profesorado universitario cada vez más tiene que ejercer labores policiales y de asistencia psicológica especializada (casi exorcista: sacar un aprobado de un muy deficiente) para las que no ha recibido adiestramiento y que tampoco corresponden a su función, lo que genera un incremento del estrés y ansiedad que repercute finalmente en la cacareada calidad del proceso educativo, alimentando así el círculo vicioso de la violencia y la soberbia.

Pero, ¿de dónde viene la violencia? Quizá sería más correcto hablar de ‘sociedad de la violencia’ más que de ‘sociedad del riesgo’. El ‘riesgo’ presupone la posibilidad de éxito. La violencia es, directamente, un fracaso. El riesgo se vincula más al mundo empresarial y a su lógica de mercado, donde emigrar es movilidad exterior y quedarse en el paro, una oportunidad para ser emprendedor. Quedando así incuestionadas las raíces de la violencia capitalista en que se sustenta la voluntad de éxito a cualquier precio, especialmente cuando el precio lo pagan otros.

Es esta voluntad de éxito la que direcciona el misil contra la actividad docente universitaria, la que legitima un amplio espectro de violencia contra el profesorado, disfrazada bajo el eufemismo de los indicadores de calidad.

Se arma así todo un sistema de violencia institucional instaurado en la vieja, que no anticuada, división de clases sociales, donde la lucha de clases se fragua en el terreno de la educación. Sobre el papel, los más altos valores morales y derechos humanos. Sobre la pizarra, la implacable e insolidaria ley de los libres mercados: Estudia quien paga.

Estudia quien paga. Y como el que paga, manda, ahí tenemos a la legión de matriculados que no aparecen por clase durante todo el curso, pero que el día del suspenso se presentan para reclamar que les aprueben, utilizando todas las armas de la corrupción socialmente aceptada. Ese es su derecho y la ley y la costumbre lo amparan.

La ley también ampara la paulatina desprotección del profesorado. Cada vez más precario, con menos salario… y más reaccionario: la brecha generacional con los restos del franquismo no deja de abrirse. Los excesos y corruptelas de los profesores mayores, que no acaban de jubilarse, son sancionados y pagados por los jóvenes que entran.

Si riesgo y calidad sólo son eufemismos de violencia, entonces, los riesgos de la calidad no son más que violencia al cuadrado. Y educar en los riesgos de la calidad, violencia al cubo. Y evaluar la educación en los riesgos de la calidad, violencia a la cuarta. Y cuestionar la evaluación de la educación en los riesgos de la calidad, violencia elevada a infinito.

Violencia al cuadrado: Dícese de la fuerza y coacción necesaria para obtener un aprobado. Inversamente proporcional al tiempo necesario dedicado al estudio. Y directamente proporcional a la velocidad de un guasap. Y ponderado, obviamente, por el porcentaje de reducción salarial vinculada a la tasa de suspensos.

Violencia al cubo: Dícese de la burocracia y traición necesaria para obtener una certificación positiva de la calidad. Ponderada por la tasa de horas extras impagadas dedicadas a elaborar los informes. Directamente proporcional a la mediocridad promedio de la ideología neoliberal programada en powerpoint.

Violencia a la cuarta: Dícese de la cara dura necesaria para obtener una beca de investigación o contrato de profesor universitario sin merecerlo. Multiplicada por la red social del cacique que tutela a su enchufado. Y disminuida por el silencio cómplice, indiferente y/o atemorizado del entorno sindical.

Violencia elevada a infinito: Dícese de la corrupción y degradación necesaria para obtener una resistencia mínima al ejercicio caciquil. Directamente proporcional a la integral del grado de incompetencia del catedrático-cacique y del equipo rectoral que le avala. E inversamente proporcional a la raíz desquiciada del código deontológico y de buenas prácticas.

En resumen, toda esta violencia alcanza su límite asintótico (asín de tontico, ¡qué le vamos a hacer!) cuando mayor es la desigualdad de género.

La reclamación a este examen se hará durante la próxima reforma laboral, a la hora de la reforma educativa, en el despacho de recortes salariales, al lado de la biblioteca prohibida. Para los exorcismos (aprobado general) diríjanse a la capilla de los milagros sin estudiar.

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