Desde el paradigma de ‘la sociedad del riesgo’, que
popularizase en 1986 el recientemente fallecido y afamado sociólogo Ulrich Beck,
podemos analizar el estado actual de riesgo de la educación universitaria y la
violencia a ella asociada.
Las noticias de violencia en las aulas y en el entorno
escolar son cada vez más frecuentes, yendo en todas direcciones y filtrándose
en todas las etapas educativas, especialmente con la extensión de los recortes
y de la adolescencia (tanto cronológica como culturalmente hablando).
Alcanzando ya, incluso, a la educación pública universitaria, cada vez más precarizada,
desprestigiada y mercantilizada, y en beneficio de las universidades privadas.
Todo lo cual acaba convirtiendo la educación en una verdadera profesión de
riesgo.
El profesorado universitario cada vez más tiene que ejercer
labores policiales y de asistencia psicológica especializada (casi exorcista:
sacar un aprobado de un muy deficiente) para las que no ha recibido
adiestramiento y que tampoco corresponden a su función, lo que genera un
incremento del estrés y ansiedad que repercute finalmente en la cacareada calidad del
proceso educativo, alimentando así el círculo vicioso de la violencia y la
soberbia.
Pero, ¿de dónde viene la violencia? Quizá sería más correcto
hablar de ‘sociedad de la violencia’ más que de ‘sociedad del riesgo’. El
‘riesgo’ presupone la posibilidad de éxito. La violencia es, directamente, un
fracaso. El riesgo se vincula más al mundo empresarial y a su lógica de mercado,
donde emigrar es movilidad exterior y quedarse en el paro, una oportunidad para
ser emprendedor. Quedando así incuestionadas las raíces de la violencia capitalista
en que se sustenta la voluntad de éxito a cualquier precio, especialmente
cuando el precio lo pagan otros.
Es esta voluntad de éxito la que direcciona el misil contra
la actividad docente universitaria, la que legitima un amplio espectro de
violencia contra el profesorado, disfrazada bajo el eufemismo de los indicadores
de calidad.
Se arma así todo un sistema de violencia institucional
instaurado en la vieja, que no anticuada, división de clases sociales, donde la
lucha de clases se fragua en el terreno de la educación. Sobre el papel, los
más altos valores morales y derechos humanos. Sobre la pizarra, la implacable e
insolidaria ley de los libres mercados: Estudia quien paga.
Estudia quien paga. Y como el que paga, manda, ahí tenemos a
la legión de matriculados que no aparecen por clase durante todo el curso, pero
que el día del suspenso se presentan para reclamar que les aprueben, utilizando
todas las armas de la corrupción socialmente aceptada. Ese es su derecho y la
ley y la costumbre lo amparan.
La ley también ampara la paulatina desprotección del
profesorado. Cada vez más precario, con menos salario… y más reaccionario: la
brecha generacional con los restos del franquismo no deja de abrirse. Los
excesos y corruptelas de los profesores mayores, que no acaban de jubilarse,
son sancionados y pagados por los jóvenes que entran.
Si riesgo y calidad sólo son eufemismos de violencia,
entonces, los riesgos de la calidad no son más que violencia al cuadrado. Y
educar en los riesgos de la calidad, violencia al cubo. Y evaluar la educación
en los riesgos de la calidad, violencia a la cuarta. Y cuestionar la evaluación
de la educación en los riesgos de la calidad, violencia elevada a infinito.
Violencia al cuadrado: Dícese de la fuerza y coacción
necesaria para obtener un aprobado. Inversamente proporcional al tiempo
necesario dedicado al estudio. Y directamente proporcional a la velocidad de un
guasap. Y ponderado, obviamente, por el porcentaje de reducción salarial
vinculada a la tasa de suspensos.
Violencia al cubo: Dícese de la burocracia y traición necesaria
para obtener una certificación positiva de la calidad. Ponderada por la tasa de
horas extras impagadas dedicadas a elaborar los informes. Directamente
proporcional a la mediocridad promedio de la ideología neoliberal programada en
powerpoint.
Violencia a la cuarta: Dícese de la cara dura necesaria para
obtener una beca de investigación o contrato de profesor universitario sin
merecerlo. Multiplicada por la red social del cacique que tutela a su
enchufado. Y disminuida por el silencio cómplice, indiferente y/o atemorizado
del entorno sindical.
Violencia elevada a infinito: Dícese de la corrupción y degradación
necesaria para obtener una resistencia mínima al ejercicio caciquil. Directamente
proporcional a la integral del grado de incompetencia del catedrático-cacique y
del equipo rectoral que le avala. E inversamente proporcional a la raíz desquiciada
del código deontológico y de buenas prácticas.
En resumen, toda esta violencia alcanza su límite asintótico
(asín de tontico, ¡qué le vamos a hacer!) cuando mayor es la desigualdad de
género.
La reclamación a este examen se hará durante la próxima
reforma laboral, a la hora de la reforma educativa, en el despacho de recortes
salariales, al lado de la biblioteca prohibida. Para los exorcismos (aprobado
general) diríjanse a la capilla de los milagros sin estudiar.
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