Pagar
por trabajar. Rezar por pecar.
Los
ricos lo saben, por eso copan los mejores puestos en la administración pública
y en el mercado laboral. Por eso ocupan mayoritariamente los cargos electos.
Por eso conocen y solicitan todas las ayudas y subvenciones públicas habidas y
por haber. Eso sí, para que los ricos puedan continuar su actividad extractiva
de rentas deben instruir al resto en la ética del trabajo y bautizarlos en el
nombre del dinero-oro, el dinero-tiempo y el dinero-financiero.
Interiorizar
que un mayor salario es fiel reflejo de un mayor esfuerzo individual es clave.
Y lo mismo para la situación contraria. Interiorizar que a mayor nivel de
estudios se merece una recompensa monetaria proporcional cada vez mayor es
esencial. Y lo mismo para la situación opuesta. El mensaje ético es nítido: Por
algo será el que cobra poco o está en el paro… La catequesis bautismal es
innegociable.
Con
estas premisas morales hay que presentarse siempre y en toda ocasión ante la
opinión pública como la persona que más trabaja, que hace más horas, que más se
esfuerza, que menos vacaciones tiene… De manera que uno acaba dispuesto a pagar
por trabajar. Pagar aceptando rebajas salariales, recortes de derechos, subidas
de impuestos regresivos, admitiendo copagos y recargos en servicios básicos… El
empleador lo sabe y no espera menos de sus súbditos, lealtad obliga: la empresa
convierte el agua en vino y el tiempo en oro, y tu trabajo en dinero.
Al
final de la jornada por cada euro ‘ganado’ hemos pagado mucho más. Y no hay
opción de elegir, para la mayoría. El valor de nuestro trabajo está cautivo de
su representación en forma de dinero. Trabajo no monetizable, de una u otra
forma, es sólo trabajo fantasma, una pérdida de tiempo. Ahí están los
tertulianos neoliberales para recordárnoslo: “la empresa convierte el agua en
vino”, aunque ellos no hayan dado nunca un palo al agua, pero no han dejado de
darle a la sinhueso.
Quítale
un euro a un rico y eso se llama robo, expropiación, injusticia, comunismo, el
caos… Quítaselo a un trabajador y eso es lealtad, justicia, solidaridad,
responsabilidad, eficiencia, competitividad, sostenibilidad, equilibrio, libre
mercado, patriotismo… Los ricos infiltrados en la cúpula del mercado laboral
están ahí para asegurar que el mensaje se difunde y se vierte sobre nuestras
cabezas como un bautismo urinario..., perdón, digo ‘originario’.
La
catequesis para nuestra confirmación sacramental comienza cuando aceptamos la
liturgia financiera especulativa, el credo de los beneficios y los dividendos.
No hay opción para la herejía. La inquisición capitalista es católica,
universal. La rebeldía se paga con la excomunión del mercado. Ni aunque pagues
te querrán ya bendecir con un divino Contrato de Trabajo. No hay absolución sin
propósito de enmienda. Los sacrílegos merecen el infierno y el rechinar de
dientes.
El
neoliberalismo no es más que la pervivencia laica de la cristiandad medieval.
Haríamos bien en estudiar la economía como hecho religioso más que como ciencia
social o rama de las matemáticas. Marketheology
o teología del mercado.
Uno
nace trabajador como nace siendo pecador. Y al igual que el pecador reza para
expiar su culpa, una culpa imborrable, una deuda impagable, el trabajador debe
pagar para trabajar, debe devolver la deuda contraída con el santo empresario
que le dio la oportunidad de convertir su pecado original en un don laboral al
servicio de la iglesia-mercado. Así la culpa acaba transformándose en
adoración. Así uno acaba ‘trabajando por la empresa’ de la misma forma que
acaba rezando por devoción. La identificación con la figura divina es cada vez
más y más perfecta.
La
mística neoliberal sólo está al alcance de unos pocos santos inversores,
profetas del parqué bursátil, sacerdotes del templo de la mercadotecnia y devotas
(políticas) prostitutas de la austeridad.
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