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sábado, 24 de octubre de 2015

Pagar por trabajar



Pagar por trabajar. Rezar por pecar.

Los ricos lo saben, por eso copan los mejores puestos en la administración pública y en el mercado laboral. Por eso ocupan mayoritariamente los cargos electos. Por eso conocen y solicitan todas las ayudas y subvenciones públicas habidas y por haber. Eso sí, para que los ricos puedan continuar su actividad extractiva de rentas deben instruir al resto en la ética del trabajo y bautizarlos en el nombre del dinero-oro, el dinero-tiempo y el dinero-financiero.

Interiorizar que un mayor salario es fiel reflejo de un mayor esfuerzo individual es clave. Y lo mismo para la situación contraria. Interiorizar que a mayor nivel de estudios se merece una recompensa monetaria proporcional cada vez mayor es esencial. Y lo mismo para la situación opuesta. El mensaje ético es nítido: Por algo será el que cobra poco o está en el paro… La catequesis bautismal es innegociable.

Con estas premisas morales hay que presentarse siempre y en toda ocasión ante la opinión pública como la persona que más trabaja, que hace más horas, que más se esfuerza, que menos vacaciones tiene… De manera que uno acaba dispuesto a pagar por trabajar. Pagar aceptando rebajas salariales, recortes de derechos, subidas de impuestos regresivos, admitiendo copagos y recargos en servicios básicos… El empleador lo sabe y no espera menos de sus súbditos, lealtad obliga: la empresa convierte el agua en vino y el tiempo en oro, y tu trabajo en dinero.

Al final de la jornada por cada euro ‘ganado’ hemos pagado mucho más. Y no hay opción de elegir, para la mayoría. El valor de nuestro trabajo está cautivo de su representación en forma de dinero. Trabajo no monetizable, de una u otra forma, es sólo trabajo fantasma, una pérdida de tiempo. Ahí están los tertulianos neoliberales para recordárnoslo: “la empresa convierte el agua en vino”, aunque ellos no hayan dado nunca un palo al agua, pero no han dejado de darle a la sinhueso.

Quítale un euro a un rico y eso se llama robo, expropiación, injusticia, comunismo, el caos… Quítaselo a un trabajador y eso es lealtad, justicia, solidaridad, responsabilidad, eficiencia, competitividad, sostenibilidad, equilibrio, libre mercado, patriotismo… Los ricos infiltrados en la cúpula del mercado laboral están ahí para asegurar que el mensaje se difunde y se vierte sobre nuestras cabezas como un bautismo urinario..., perdón, digo ‘originario’.

La catequesis para nuestra confirmación sacramental comienza cuando aceptamos la liturgia financiera especulativa, el credo de los beneficios y los dividendos. No hay opción para la herejía. La inquisición capitalista es católica, universal. La rebeldía se paga con la excomunión del mercado. Ni aunque pagues te querrán ya bendecir con un divino Contrato de Trabajo. No hay absolución sin propósito de enmienda. Los sacrílegos merecen el infierno y el rechinar de dientes.

El neoliberalismo no es más que la pervivencia laica de la cristiandad medieval. Haríamos bien en estudiar la economía como hecho religioso más que como ciencia social o rama de las matemáticas. Marketheology o teología del mercado.

Uno nace trabajador como nace siendo pecador. Y al igual que el pecador reza para expiar su culpa, una culpa imborrable, una deuda impagable, el trabajador debe pagar para trabajar, debe devolver la deuda contraída con el santo empresario que le dio la oportunidad de convertir su pecado original en un don laboral al servicio de la iglesia-mercado. Así la culpa acaba transformándose en adoración. Así uno acaba ‘trabajando por la empresa’ de la misma forma que acaba rezando por devoción. La identificación con la figura divina es cada vez más y más perfecta.

La mística neoliberal sólo está al alcance de unos pocos santos inversores, profetas del parqué bursátil, sacerdotes del templo de la mercadotecnia y devotas (políticas) prostitutas de la austeridad.

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