La prueba del algodón de las religiones es la prueba del
humor. Pasa una caricatura por la superficie de una creencia, si vuelve llena
de sangre, bilis o pus es que está sucia, no es de dios.
Como ateo consecuente me resulta increíble la reacción de
los creyentes ante unas caricaturas sobre la religión. Especialmente cuando hay
multitud de argumentos y sabios consejos (en dirección al prójimo y hacia sí
mismos) que pueden aportarse ante la supuesta ‘afrenta humorística’.
Resulta confuso ver la ira y la bilis en los ojos de
quienes dicen haber sido agraciados con el don de la fe. Más confuso es verlos
tan mansos y dóciles con el dinero, más ofensivo y criminal que ninguna viñeta
por vulgar y soez que ésta parezca. Perdonen si me río por no llorar.
Resulta confuso verlos confundir la realidad con las
representaciones de la realidad, cosa que ninguna persona sabia ni mística ha
hecho jamás y de las que parecen no acordarse en estas situaciones de supuestas
ofensas.
Resulta confusa la contradicción entre el dios que
predican y el que sus ojos transparentan. Tan omnipotente y omnicomprensivo… Y
tan fácil de derrocar con un lápiz y un comentario jocoso. Suena a vasija
vacía. A sepulcro blanqueado. Perdonen si me río por no llorar.
Resulta confuso un dios misericordioso cuyo talón de Aquiles
es la ausencia de sentido del humor y que reclama venganza y represalia ante
una reflexión irónica o un sarcasmo. Más bien parece que muchos creyentes son
idólatras que disfrazan de fe su falta de misericordia.
La fe parece que siempre se equivoca de enemigo. Primero
fue la razón, luego el humor y lo último el amor. Amores que matan que es muy
dudoso que sean un mandato divino. Más bien parece que muchos creyentes son
idólatras que disfrazan de fe su falta de misericordia.
Como ateo cristiano más ofenden las imposiciones morales y
el machismo evangelizador. Los silencios contra la pederastia clerical. Las
peticiones de perdón a destiempo, sin penitencia ni propósito de enmienda ni
reparación a las víctimas. Las exenciones y privilegios fiscales. La mentalidad
medieval e inquisitorial. El veneno que vierten a diario como catequesis sobre
las conciencias infantiles... Perdonen si me río por no llorar.
Las religiones son como vasijas de barro viejo, agrietadas
e inútiles para contener el vino nuevo, la humanidad nueva. Cuando las
creencias son fruto de discordia ya no son creencias, son veneno. Como el vino
que se agria y se vuelve vinagre y ya no se puede beber. La creencia que se
vuelve venenosa ya no se puede digerir ni transmitir.
Los creyentes ofendidos ven la burla en el lápiz ajeno y
no ven la traición en su propio ojo: la caricatura en que han convertido la fe
que dicen profesar.
Además, cualquier niño aprende que ‘a palabras necias,
oídos sordos’. Cuando un creyente se torna ofendido por una caricatura es que
dejó de ser niño, dejó de ser el preferido de su Padre Celestial.
Además, cómo se puede cubrir de negro la inmensidad del
océano azul por una gota de humor, por muy ácido y cáustico que sea. Tengo por
cierto que si se tiñe de negro es que no es un océano, es un simple charco de
barro. ¡Ay de los adoradores de ídolos con pies de barro! ¡Ay de los adoradores
de lágrimas que inundan los charcos de barro!
La prueba del algodón de las religiones es la prueba del
humor. Pasa una caricatura por la superficie de una creencia, si vuelve llena
de sangre, bilis o pus es que está sucia, no es de dios.
Si la religión es la expresión por antonomasia de la
intolerancia, ¿cómo puede ser que reclamen tanto respeto quienes no toleran al
diferente? Y por no tolerarlo, no lo conocen ni lo re-conocen ni lo aman ni lo
respetan. ¿De qué fe, dios o cosa sagrada están hablando?
Los creyentes ofendidos se convierten en guardianes de la
fe, en policías contra la inmigración de ideas infieles.
Los inmigrantes del humor quieren saltar las vallas para
entrar en la tierra de la libertad de expresión, aunque se corten con las
concertinas de las amenazas.
Frente a los kamikazes de la fe, que matan, están los
kamikazes del humor, que dan vida a carcajadas.
Me temo que vivimos en una sociedad cada vez más
idiotizada y fanatizada, donde proliferan los creyentes ofendidos. El mecanismo
idiotizador es muy simple, consiste en leer al dictado unas creencias a la vez
que vuelves a oírlas en tu cabeza apenas unos milisegundos después. En poco
tiempo estás balbuciendo sin saber ya lo que estás diciendo. La única salida
digna no es precisamente hacerse el ofendido, es reírse de uno mismo, la sana
autocrítica, no tomarse demasiado en serio.
Por muy sagrado que sea nuestro profeta, nuestro prójimo
lo es infinitamente más.
Los creyentes ofendidos convierten un dios que es fuente
de amor, manantial de misericordia, en un competidor contra el amor al prójimo.
No entienden que la única manera de amarle y escucharle es a través del
prójimo, no contra el prójimo, aunque tal prójimo sea un dibujante de viñetas.
Una más una, dos. Si el cuerpo siempre fue el verdadero
templo sagrado, ¿quiénes son hoy los nuevos mercaderes que hay que echar del
templo?
El humor es la única terapia que nos queda para volar
lejos y alcanzar la utopía.
Como ateo consecuente, perdonen si me río por no llorar.
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