Más claro, agua. La pregunta parece obvia: ¿Por qué no hay que devolver el dinero público que el Estado va a inyectar en Bankia? Bueno, voy a aventurar algunas posibles respuestas, a riesgo de acertar. La primera que se me ocurre es evidente, y muchos ya la habrán pensado, ¿cómo puede el vampiro devolver la sangre a su víctima?, pues de ninguna manera. No es un préstamo. El vampiro, como buen vampiro profesional, creará valor en forma de dividendos que el Estado podrá liquidar al mayor precio posible. Los licántropos del crecimiento son reacios a esta medida, pero deben cooperar con los vampiros del ajuste por el amor que ambos le profesan a Merkella.
El pueblo llano también es reacio a las balas de plata, pero permítanle blandir el crucifijo de los recortes para poner en duda la profesionalidad de tales gestores draculianos. ¡Satán, activo tóxico, sal de Bankia! De pronto, Bankia gira la cabeza 360 grados mientras sigue dándose placer con las hipotecas de los desahuciados. Y vomita sobre el bienestar del pueblo la última prima de riesgo y sale escopetada, retorciéndose, escaleras abajo.
Pero no irá muy lejos, trescientas amas de casa la están esperando en un angosto desfiladero con la termomix a pilas, como una falange, acometida tras acometida, detendrán cada envestida de Bankia. La Asamblea Quinceme grita: ¡Aquí es donde resistiremos y aquí es donde esos endemoniados inversores dejarán de especular!
Llegaron especuladores de los confines del imperio financiero, rabiosas participaciones preferentes, monstruosas daciones en pago y los jinetes del apocalipsis. Las deudas ilegítimas rechazadas fueron tan cuantiosas que la troika tuvo que disciplinar a sus consejeros delegados. La troika amenazó a las trescientas valientes amas de casa con oscurecer el cielo con sus flechas desahuciadoras, a lo que ellas respondieron: “Pues lucharemos a la sombra”.
Quizá, algún avispado lector habrá pensado que he ido demasiado lejos, que hay otras respuestas más sencillas, como que tenemos implantado un chip extracorpóreo que fumiga nuestras neuronas cuando nos acercamos a un cajero. O que realmente vivimos conectados de forma inalámbrica a un ordenador de la Bolsa de Valores mundial. O que unos pocos viven en el paraíso fiscal, mientras otros vivimos remando en las galeras de un barco amistoso, rumbo a la revolución.
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