El colectivo donde más abundan los ateos y apóstatas es en el clero. Una inmensa corriente de increencia que paradójicamente brota a la superficie dando forma a los guardianes de la fe y la ortodoxia. Prerrogativas y privilegios son su declaración pública de cisma y apostasía. Su compulsión por la evangelización es la señal sacramental de su inhumanidad.
Sacramento de inhumanidad es su afán de superioridad, su anhelo moralista, sus componendas misóginas y su fístula litúrgica. Abortan la vida vaciando las entrañas, blanqueando de rituales el féretro de su propio corazón podrido.
En su estrategia de aniquilación y crueldad necesitan desviar la mirada de la muchedumbre, proyectando la esterilidad de su propia conciencia sobre las ovejas descarriadas, señalando con el dedo al que se mueve en la foto, acuchillando con el verbo al que no se muerde la lengua, excomulgando del cielo al que se quita las gafas. Disciplinando a fuego y hierro a los herejes, etiquetando a los resistentes como enemigos y “apóstatas silenciosos”. ¡Qué ironía! Ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio.
La burguesía es su ejército de vanguardia. Son así de traidores. El amortiguador de los atropellos capitalistas. Aliados del poder. Cautivos de la trampa humanitaria. Su mensaje es claro, la defensa subterránea de la lucha de clases. La democracia y sus instituciones son la garantía de los derechos públicos para la clase burguesa. La caridad, el asistencialismo y la voluntariedad de los ricos es la regalía para la salvación de algunos pobres. Derechos para mí, solidaridad para ti. La burguesía progre anida traicioneramente aquí. Al final, lo que importa es la gran decepción que cubre como un manto a los corazones abandonados y ajusticiados por la Gran Indiferencia.
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