Una prisión propia
Fiummm, fiummm, las balas sobrevolaban por encima de los presos, piumm,
piummm, la mayoría impactaban contra mi cara atravesando la piel –lo que menos
me dolía– e impactando contra la cristalería donde guardaba las rebeldías y las
delicadas copas de la dignidad y la intimidad. Si dijera lo contrario,
mentiría. La jauría de la policía nos robaba la alegría. Siempre había una
porquería en las escaleras de la penitenciaría. Las granadas contra la hombría
de los presos eran cotidianas, así como las cuchilladas a sangre fría contra el
supuesto honor prostituido de las presas y su lencería. La guarrería era
nuestra triste patria. Y por más que me limpiaba no escapaba de aquel olor a
leprosería. Para mí las distancias que ha impuesto hoy la pandemia ya eran bien
conocidas desde mi infancia entre las tuberías oxidadas de la cárcel franquista
y su monarquía, esa corona tan mal quería por los iconoclastas como yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario