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viernes, 4 de mayo de 2012

¿Víctima? No, por favor.

Superviviente, luchador, de la resistencia, combatiente, militante, libertador, educador, pacificador, esperanzado, incluso resucitado, pero víctima, no, por favor. Y tampoco, mártir.

Hagamos un ejercicio reflexivo desde la experiencia de personas involucradas en historias de violencia, no sólo las grandes o traumatizantes, sino las cotidianas y normalizadas. En particular tres tipos de violencia estructural, hermanadas entre sí: cultural (patriarcado), económica (capitalismo) y religiosa (monoteísmos).

El estigma de “víctima” no es la categoría analítica ni moral más adecuada para explicar los procesos procelosos de la violencia. El binomio víctima-verdugo es reflejo del viejo paradigma objeto-sujeto, ya superado por algunas tradiciones culturales y corrientes de espiritualidad inspiradas en el pacifismo, en el ecologismo y/o en el cristianismo.

Para quienes se definen como “creyentes” sería bueno recordar(les) que lo central del mensaje evangélico es la restitución de la dignidad a las personas “víctimas” de injusticia. En otras palabras, se les reconoce la condición de sujetos, sujetos de liberación, sujetos de enseñanza, sujetos de esperanza, sujetos de revolución. Pero no sólo a las “víctimas”, también a los “verdugos”. Los que ejercen violencia, los poderosos, los ricos, los maestros de la ley, “no saben lo que hacen”, son sujetos de perdón. Unos y otros son sujetos de resurrección, aunque por motivos distintos.

Ahondando, podríamos decir que el sentido profundo de la transustanciación no es el acto simbólico y litúrgico de la conversión del pan en carne y del vino en sangre, sino la transformación de la persona-objeto en persona-sujeto.

Los estigmas del dualismo víctima-verdugo son enormes, acaban restringiendo lo fundamental de la persona. Usurpando el trono de la dignidad humana. Entrando en espirales perniciosas que acaban construyendo procesos de victimización y de criminalización, de sacralización y de demonización.

Por ejemplo, en el caso de las “víctimas” de violencia machista, y sin caer en determinismos, sí que parece demostrado que la propensión a reproducir los esquemas de violencia son mayores entre quienes la han sufrido. Los hijos de padres maltratadores tienen mayor probabilidad de acabar siendo maltratadores de sus parejas. Es decir, pasar del rol de víctima a verdugo.

Por tanto, es de interés conocer los condicionantes (genéticos y ambientales) que aumentan la probabilidad de caer en el ejercicio de la violencia. Una buena reflexión en esta línea es la de José Moreno titulada “¿Somos todos Miguel?”

Otro ejemplo, la violencia económica del Norte contra el Sur, la explotación del trabajo por parte del capitalista. La lucha de clases. Aunque a González-Faus le gusta hablar más de “agresión”, porque no se trata de una lucha entre dos bandos, sino de la agresión de una clase, la capitalista, contra otra, la proletaria.

En suma, la injusticia institucionalizada y enseñada. El universitario que aprende a especular en bolsa, que aprende a concebir al prójimo como mercancía. Por decirlo suave, parece que la probabilidad de elegir ser verdugo aumenta exponencialmente con cada nuevo título académico, con cada máster, con cada mérito para la Aneca.

Otro ejemplo. La distinción entre “creyente” y “no creyente” es una dicotomía ofensiva e injusta. No es meramente descriptiva, como a algunos pudiera parecerles. ¿Qué sabe el autodenominado “creyente” en qué cree o deja de creer al que él impone, directa o indirectamente, el apelativo de “no creyente”? El jesuita Leandro Sequeiros nos recuerda que en la época romana los “no creyentes” eran precisamente los cristianos, porque no creían en los dioses oficiales.

En definitiva, podríamos afirmar que si las “víctimas” educan, está claro que vivimos en una sociedad ignorante. Más aún, en una ignorancia deseada, en una ceguera voluntaria. Porque si las “víctimas” educan ¿por qué no ocupan las cátedras universitarias y los escaños del congreso y los consejos de administración y los sillones cardenalicios?

Por todo ello, víctima, no, por favor. Superviviente, luchador, de la resistencia, combatiente, militante, libertador, educador, pacificador...

2 comentarios:

Jesús Sánchez Martín dijo...

Que el lenguaje crea realidades es algo bien definido y sabido desde antiguo. Y algunos lo pusieron negro sobre blanco, como el ingeniero Wittgenstein. Es posible que hablar de víctimas conduzca inexorablemente a una objetivización de los sujetos, pero también es cierto que no sólo somos agentes, somos también pacientes. Pacientes porque sufrimos las circunstancias y porque nos agreden, nos caen losas, nos afectan cosas con las que no tenemos nada que ver. Por eso, a veces somos víctimas y a veces somos más que víctimas.

De nosotros depende que aprendamos a discernir lo que la víctima tiene, tenemos, de sufriente sin protagonismo, y de agente activo. Desde luego, somos mucho más de lo que hacemos, y nos hacen.

Enhorabuena por la entrada, Agustín, es muy interesante y sugerente.

Blas Femen dijo...

Se elige ser sujeto u objeto. Lo curioso es que vivimos en una sociedad victimizada, donde ningún pez gordo es responsable de sus injusticias. Incluso si esa injusticia beneficia a un pez chico, éste alabará y defenderá al pez gordo.

El poeta D.H. Lawrence escribió el siguiente poema, que la Teniente O'Neill lee al final de la película y que su oficial recita a los nuevos reclutas:

Self-pity

I never saw a wild thing
sorry for itself.
A small bird will drop frozen dead from a bough
without ever having felt sorry for itself.

Nunca he visto a un ser salvaje
compadecerse de sí mismo
un pájaro caerá muerto congelado de una rama
sin jamás haberse compadecido de sí mismo.