Solemnidad. Solemnidad. Todavía hay gente que cree que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Pero eso no es lo peor, sino cómo ese principio profundiza en los tuétanos de lo cotidiano. Así, hay quienes creen que una mentira revestida de solemnidad se transmuta en algo verdadero. Por ejemplo, las bodas, religiosas o civiles, da igual. Hay quienes disfrazan de solemne ritual una gran mentira para pasarla por una gran verdad. La pompa y la parafernalia distraen la atención del engaño. Frente al espejo de la verdad la mentira necesita justificarse y pide con insolente desespero su aprobación pública, acaso con la tenue esperanza de creerse lo que ella misma ni se cree.
La solemnidad clásica es religiosa, por eso todas las religiones son solemnes, especialmente las grandes, “las del libro”, y cuanto más solemne es el evento más grande es la mentira que predican. La solemnidad es el arma para volver serio lo que no lo es, por eso se cometen asesinatos en nombre de dios, se discrimina en nombre de dios, se condena en nombre de dios. Si unos extraterrestres tuvieran que enseñar a su progenie cómo llaman los terrícolas a la mentira dirían que “dios”.
La solemnidad de dios es el ataúd donde se entierra la inmensidad de la esclavitud. Por eso los revolucionarios son vistos como zombies, gente rara que surge de debajo de la tierra, algo tétrico e imposible. La verdad no necesita ritos, y en caso de necesitarlos serían sencillos y universalmente comprensibles, por lo que el báculo, la mitra, el cáliz, el rosario, el salterio, el sagrario, la casulla, el velo, la cruz, el palio, el altar, el birrete, el anillo cardenalicio, el coro, el catecismo, etc., no son más que símbolos de una mentira. Símbolos de poder y exclusión. Armas de guerra y misoginia. El poder incluso pervierte los símbolos más básicos de la humanidad… La sociedad del futuro será iconoclasta o no será.
Nadie sustituiría una persona por una fotografía, salvo que esa persona no estuviera ya presente. Una fotografía es un símbolo del pasado, de algo que ya no existe. Un rito religioso es un signo del pasado, y cuanto más solemne mayor certeza tendremos sobre la inexistencia de lo que invocan, no será ni siquiera un recuerdo lejano.
Todas las galas y entregas de premios cubiertas mediáticamente no son más que una exaltación de una mentira y cuanto más ruido y color mayor es el engaño. La misma palabra es un disfraz innecesario para lo auténtico. Querido lector, todo lo que hay de cierto en lo dicho hasta ahora no está en lo escrito. Dígase la verdad, o, al menos, si no puede decirse, reconózcase.
Reconózcase la verdad de una boda, que ni tú ni yo nos creemos esta relación, y cuantos más fuegos artificiales e invitados más falso es todo. Reconózcase la verdad de una graduación de estudiantes, que ni tú ni yo nos creemos esta educación, y cuantos más diplomas e invitados más falso es todo. Reconózcase la verdad de una ceremonia religiosa (misa cristiana o momento común de oración), que ni tú ni yo nos creemos esta comunión, y cuantos más cantos e invitados más falso es todo.
Reconózcase la verdad de una entrega de premios literarios o científicos, que ni tú ni yo nos creemos esta apropiación, que ni tú ni yo nos creemos como propias tales creaciones, y cuanto más dinero e invitados más falso es todo. Reconózcase la verdad de un ritual “íntimo”, que ni tú ni yo nos creemos esta intimidad, y cuanto más secreto y marginados hayamos dejado en la cuneta más falso es todo.
Reconózcase la verdad de un desfile de modelos, que ni tú ni yo nos creemos esta belleza, y cuantos más aplausos y competidores más falso es todo. Reconózcase la verdad de un mitin político, que ni tú ni yo nos creemos esta política, y cuanta más retórica y aplausos más falso es todo. Reconózcase la verdad de un estreno cinematográfico, que ni tú ni yo nos creemos esta película, y cuanto más marketing y smoking más falso es todo.
Lo repito. La misma palabra es un disfraz innecesario para lo auténtico. Querido lector, todo lo que hay de cierto en lo dicho hasta ahora no está en lo escrito. Las mismas notas son un disfraz innecesario para la música. El mismo color es un disfraz innecesario para la belleza.
Reconózcase la verdad de una fiesta, divertirse, y todo lo que se aleje de esto es una falacia. Desde el autoritarismo se pervierte la fiesta para convertirla en un nuevo “campo de concentración”, de adoctrinamiento, disciplina y solemnidad.
La solemnidad clásica es religiosa, por eso todas las religiones son solemnes, especialmente las grandes, “las del libro”, y cuanto más solemne es el evento más grande es la mentira que predican. La solemnidad es el arma para volver serio lo que no lo es, por eso se cometen asesinatos en nombre de dios, se discrimina en nombre de dios, se condena en nombre de dios. Si unos extraterrestres tuvieran que enseñar a su progenie cómo llaman los terrícolas a la mentira dirían que “dios”.
La solemnidad de dios es el ataúd donde se entierra la inmensidad de la esclavitud. Por eso los revolucionarios son vistos como zombies, gente rara que surge de debajo de la tierra, algo tétrico e imposible. La verdad no necesita ritos, y en caso de necesitarlos serían sencillos y universalmente comprensibles, por lo que el báculo, la mitra, el cáliz, el rosario, el salterio, el sagrario, la casulla, el velo, la cruz, el palio, el altar, el birrete, el anillo cardenalicio, el coro, el catecismo, etc., no son más que símbolos de una mentira. Símbolos de poder y exclusión. Armas de guerra y misoginia. El poder incluso pervierte los símbolos más básicos de la humanidad… La sociedad del futuro será iconoclasta o no será.
Nadie sustituiría una persona por una fotografía, salvo que esa persona no estuviera ya presente. Una fotografía es un símbolo del pasado, de algo que ya no existe. Un rito religioso es un signo del pasado, y cuanto más solemne mayor certeza tendremos sobre la inexistencia de lo que invocan, no será ni siquiera un recuerdo lejano.
Todas las galas y entregas de premios cubiertas mediáticamente no son más que una exaltación de una mentira y cuanto más ruido y color mayor es el engaño. La misma palabra es un disfraz innecesario para lo auténtico. Querido lector, todo lo que hay de cierto en lo dicho hasta ahora no está en lo escrito. Dígase la verdad, o, al menos, si no puede decirse, reconózcase.
Reconózcase la verdad de una boda, que ni tú ni yo nos creemos esta relación, y cuantos más fuegos artificiales e invitados más falso es todo. Reconózcase la verdad de una graduación de estudiantes, que ni tú ni yo nos creemos esta educación, y cuantos más diplomas e invitados más falso es todo. Reconózcase la verdad de una ceremonia religiosa (misa cristiana o momento común de oración), que ni tú ni yo nos creemos esta comunión, y cuantos más cantos e invitados más falso es todo.
Reconózcase la verdad de una entrega de premios literarios o científicos, que ni tú ni yo nos creemos esta apropiación, que ni tú ni yo nos creemos como propias tales creaciones, y cuanto más dinero e invitados más falso es todo. Reconózcase la verdad de un ritual “íntimo”, que ni tú ni yo nos creemos esta intimidad, y cuanto más secreto y marginados hayamos dejado en la cuneta más falso es todo.
Reconózcase la verdad de un desfile de modelos, que ni tú ni yo nos creemos esta belleza, y cuantos más aplausos y competidores más falso es todo. Reconózcase la verdad de un mitin político, que ni tú ni yo nos creemos esta política, y cuanta más retórica y aplausos más falso es todo. Reconózcase la verdad de un estreno cinematográfico, que ni tú ni yo nos creemos esta película, y cuanto más marketing y smoking más falso es todo.
Lo repito. La misma palabra es un disfraz innecesario para lo auténtico. Querido lector, todo lo que hay de cierto en lo dicho hasta ahora no está en lo escrito. Las mismas notas son un disfraz innecesario para la música. El mismo color es un disfraz innecesario para la belleza.
Reconózcase la verdad de una fiesta, divertirse, y todo lo que se aleje de esto es una falacia. Desde el autoritarismo se pervierte la fiesta para convertirla en un nuevo “campo de concentración”, de adoctrinamiento, disciplina y solemnidad.
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